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Cuando la gente se muere de hambre


Lilongwe - Malawi

En Malawi el sol sale demasiado pronto. La luna parece no querer quedarse mucho tiempo y se despide allí por las cinco de la mañana dejando paso a uno de los amaneceres más hermosos que pueden verse en África: las aguas del lago Nyasa refulgen con fuerza reflectando una luz que por unos instantes lo convierten en una mezcla de oro y plata. Mucho más tarde se levantan los primeros turistas que han venido a disfrutar de las maravillas que puede ofrecer este pequeño país del África Austral. Turistas y voluntarios. Hay tantos como “botellines” como diría Herrera... en el desayuno todos quieren compartir sus experiencias: una mezcla bastante incoherente de borrachera y ayuda a través de un alojamiento turístico. Por supuesto ayuda cualificada: pintan paredes y transportan bloques de cemento con la ilusión de ser el peor peón de África. Huelga decir que un malauí nunca hubiera sido capaz de llevar a cabo semejante tarea y, por consiguiente, su labor es tremendamente edificante para la comunidad local. Al menos lo es para el cultivo de Marihuana, “Malawi Gold”, ofrecen cada cincuenta metros a cualquier extranjero que pasee por la calle: fundamental nublar la realidad entre baño, cerveza y bloque de cemento, no vaya a ser que el “mussungu” se exponga a ver la realidad con demasiada nitidez.

Más al sur, a cuatrocientos o quinientos kilómetros de distancia, seis millones y medio de personas se exponen a morir de hambre en los próximos meses. Me diréis que los turistas no tienen la culpa. Y por supuesto yo tampoco. Pero entenderéis el sentimiento de repulsa que me provoca experimentar el contraste.

Os sorprendería ver el hambre en primera persona. La primera vez que lo vi en su más puta crudeza fue en la frontera entre Kenya y Somalia. Ahora me asusto solo de imaginarla. El rasgo más distintivo del hambre es el silencio. Nada se mueve. No hay ruido ni gente gritando. Nadie corre ni pide ayuda. No caen bombas o se mueve el suelo. Solo se escucha un silencio un poco más acentuado de lo habitual, tan imperceptible que asusta. La sensación es de pura normalidad hasta que ves a la gente vagar intentando seguir con su normalidad diaria. Lo peor del hambre es lo que ocurre cuando pasa… y ¿saben lo que pasa? Nada… no pasa nada, cuando la gente se muere de hambre.

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