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Yo antes molaba


Yo antes molaba. Mucho. Mis intereses estaban en la cresta de la ola. Vivía en África, escribía libros y soñaba con cambiar el mundo. Eso era suficiente para ligar bastante (o al menos algo) y despertar siempre caras de asombro entre conocidos y new comers (me la juego a ver si usando el inglés vuelvo a ser cool). Cuando terminaba de presentarme se hacía el silencio. Esperaban más. Yo jugaba con eso. Me hacía el interesante y soltaba poco a poco un speech semicocinado (convencido y comprometido) crítico y bastante ácido. Eso se llevaba. Ahora ya no molo nada. Se me pasó la época. Lo cool hoy es otra cosa. Hay que hablar de tecnología. De blockchain, de inteligencia artificial y de big data (nada nuevo bajo el sol, la antigua gestión de datos). Pero sobre todo hay que fundar una startup. Si no, no eres nadie. Hay que admirar Sillicon Valley y no conformarse nunca, porque the sky is the limit. Nada más y nada menos. Claro que no se llega allí sin hacer lo que te dice tu corazón. Porque lo importante es seguir, a pies juntillas, tu pasión. Que, por cierto, se encuentra siempre viajando (dando por culo allí a donde vayas con tu palo de selfie y tu cara sonriente sobre paisajes trucados con filtros que transforman la realidad en una foto en sepia del país de la piruleta). Vestir con bambas, pantalones cortos y gafas Hawkers. Decirlo todo (todo) en inglés y hablar durante horas de las últimas rondas de inversión y de los que lo han petado en ellas (o que han conseguido vender una mierda de empresa a un precio tan alto que el pelotazo de Terra parece la venta de una bolsa de gominolas a un niño). Por supuesto, es fundamental que tu creación se mueva en el mundo digital, a poder ser que no sirva para nada ni para nadie, no vayamos a confundirnos y pensar que tienes un propósito diferente al de forrarte. Debes pasearte de networking en networking y mentir hasta que no te queden palabras de efusión (nadie las recordará cuando un año después todo se haya ido al garete). Además es importante la clase (no la del cole ni la elegancia, sino la del sentido más marxista de la palabra). Se cuenta que uno de ellos empezó en un garaje. No se dice que era de un edificio de doce plantas propiedad de su familia. Porque pobres, ni en pintura. Ninguno pasa el corte de todo lo anterior y, a fin de cuentas, lo que importa es la cuna. Los contactos vamos. Que te sepas mover, que seas capaz de vender humo en un elevator speech y que cuando bajes de la platea repartas sonrisas entre conocidos mientras distribuyes tarjetas como si no hubiera un mañana. Y lo público. Ni me hables. Un atajo de ladrones ineficientes. Pero eso sí, a ver si cojo un ENISA y arranco; o un superprograma de aceleración subvencionado que me abra las puertas del siguiente minipelotazo. Mientras tanto surfeo la ola del emprendimiento haciendo creer al mundo que soy la quintaesencia de la economía de mercado. El hombre contra todo y contra todos (mujeres pocas, solo pa´ llenar la foto). Hecho y derecho y con dos cojones. Y la verdad es que vende. Parece irrefutable: hombre blanco; joven pero maduro; adicto al riesgo (sin arriesgar demasiado): ¿emprendedor imbatible o contador de historias? Ahora mola. Tanto como lo hacía antes mi impostada actitud de Quadra Salcedo. Útil para ligar pero no para mucho más. Tarde o temprano dejará de ser trendy. La diferencia es que cuando esta moda se acabe se habrá llevado por delante cientos de millones de euros desechados, junto a los bigotes y las bambas, a la basura más cercana; y habrá desviado la atención sobre los problemas del autónomo de toda la vida, el que no huele a Chanel y no sabe vender humo. El que trabaja detrás de los focos. Pero qué le vamos a hacer, que la realidad no te arruine un buen pelotazo. Ya encontraremos algo con lo que inflar una nueva burbuja que siga moviéndolo todo allá arriba. Quien sabe si en esa se vuelve a lo retro y vuelvo a ponerme de moda.


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